Mi pueblo, mis raíces: San Pablo, San Marcos 1950s y 1960s Guatemala
Mi pueblo, mis raíces: San Pablo, San Marcos 1950s y 1960s Guatemala
El propósito de este manuscrito es dar a conocer a los lectores, algunos pasajes acaecidos en San Pablo, San Marcos Guatemala, en las recordadas décadas de los años 50 y 60. Hechos generados por los habitantes de esos dorados tiempos, y posiblemente desapercibidos por las nuevas generaciones, como aquellos que presumen la manzana al frente de su dispositivo electrónico; nuestros milenios.
Esta es una expresión llena de acontecimientos, por medio de los cuales me identifiqué con los habitantes del pueblo, de algunas fincas y caserillos, a tal grado que, después de más de setenta años aún llevo dentro, la clara imagen de muchos pobladores, lugares, y momentos vividos en esa etapa de la vida, en la que endulzar el café con panela nos hizo inmune a muchas enfermedades. Son anécdotas que no presentan datos estadísticos o información de otra índole; es únicamente un sentimiento transmitido en letras sobre la existencia de nuestra gente de esas pasadas dos décadas.
Es una clara manifestación de amor a mi pueblo, en el que disfruté muchas aventuras por esos bellos linderos, por únicamente los primeros diecisiete años de mi vida; sin embargo, eso fue suficiente para que yo aún recuerde la presencia de aquel anciano, Félix el cartero de finca La Ilusión, quien a paso lento -con su morral al hombro-, traía y llevaba la correspondencia al lugar de su destino y en cada viaje que él hacía, se exponía al fastidio de los patojos y de algunos adultos a que le gritaran “brujo” y a pesar de eso, él no renunció a su trabajo.
Fue muy grande la satisfacción que sentí al haber terminado de escribir esta obra; fue algo así, como haber tenido que sacar de mi equipaje el sobre peso que no me debo llevar al momento que me toque emprender mi viaje sin retorno -por así decirlo-. Al llegar a su final, me di cuenta que me había liberado de muchos recuerdos guardados durante mucho tiempo, jactándome de haber cumplido un propósito, y eso me llenó de la misma alegría como cuando de niño visitaba a cada una de aquellas pequeñas casas de madera, en la que no necesité tocar la puerta para entrar y encontrar la mejor sonrisa de quien allí vivió, como por ejemplo: ver el agradable rostro lleno de hospitalidad de doña Luba Solano o doña Rosalba Zamora, a quienes visité para montar una bicicleta con mi amigo Ludin, o jugar a las casitas con Graciela, Yolanda y sus demás hermanas, respectivamente.
Osmar E. Maldonado