Un boricua bajo la luna de Bagdad
Un boricua bajo la luna de Bagdad
¡Esto duele! Un lagrimón se le escapa a los ojos, dejando una estela húmeda sobre la faz polvorienta de UN BORICUA BAJO LA LUNA DE BAGDAD. Testigo iluminada en menguante se mantiene brillante por entre la penumbra del manto de arena que abraza el firmamento. Parecería que su reflejo nos asa, hace mucho calor. Nos conmina a la soledad. Silencio ensordecedor que quema la fibra más oculta del alma, liberando el mayor de los más insoportables dolores. Desasosiego imperceptible al tacto que destruye al espíritu. ¡No todos regresaremos a casa!
A partir de ese momento todo es diferente, todo es reflexión. Esta es una de esas inolvidables instancias que llevaré lacradas en mi mente, alma y corazón por siempre. Pero la guerra es muy egoísta y reclama su atención. El tiempo de duelo es efímero para los soldados, la misión continúa. Fortaleza y templanza ante la adversidad. ¡Qué formidable exigencia recae sobre nuestras faenas! Cuando todo haya acabado, muy lejos de aquí, PODRÉ LLORAR MIS MUERTOS.
Regreso a casa. Dejo atrás esa guerra. Traigo heridas que no han sanado. No son heridas del cuerpo, aunque lo llevo maltratado,
son lesiones del alma. Si algún día me sorprendes solitariamente llorando, deja que me desahogue, lo necesito. Donde estuve no lo pude hacer. Cumplir con la misión era la orden. Con honor la cumplí.